Padre es sólo una señal sobre la frente, Enrique D. Zattara
¿Sabe
acaso alguien cómo fueron los sueños de su padre?
¿Imaginó
deseos, escaleras de coral en el desierto,
remotos
pasadizos a la vida? ¿Se ocupó alguien de ello?
Porque
allí también hubo de haber vientos alisios, resplandores cautos,
o
el concentrado rumor que acompaña a toda adolescencia,
vetas
de mineral ardiente soldadas en invierno,
pasiones
veladas a la infatigada vigilancia materna.
¿Quién
no ha plantado su bandera alguna vez en un campo en llamas?
¿Quién
no se ha creído alguna vez un pájaro de fuego?
¿Quién
no ha querido ser algo más que una mano que trabaja?
Pero
tú no lo supiste,
y
aún más:
nunca
quisiste saberlo.
Es
cierto que buscaste penetrar la fronda de las eras,
dominar
el desfiladero que comunica los valles tenebrosos,
abrir
a la luz del amanecer
los
antiguos santuarios de civilizaciones olvidadas
y
el olvido del ser y los puntos de fuga
y
los dispositivos maquínicos
y
las astucias de la razón que produce monstruos
(y
demás inacabables etcéteras y etcéteras).
Pero
¿los sueños de quien te dio la vida?
¿Cuándo te importaron?
¿Cuándo te importaron?
Hoy
he vuelto a mirarlo: no es el de entonces.
Con
los años, su rostro se descompone en la distancia
y
de pronto he creído vislumbrar un ramalazo
de
lo que su máscara de padre escondió un día y para siempre:
uno
no lo sabe, pero ser padre es una hoguera
que
condena a ser ceniza consumida por el aire.
(de Veinte epígrafes para un álbum familiar, 2019)
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