El ejercicio violento de la resistencia poética
El combate, Pablo Yupton
Escribe Gabriel Moreno
El Combate
está dividido en cinco secciones. La primera es “El Callejón de los Poetas”
donde nos encontramos a un narrador intoxicado por la inspiración poética. Es
un tipo de sueño revelación, muy parecido a las iluminaciones de William
Wordsworth en “El Pre- ludio,” donde Yupton desvela su primer monstruoso
adversario; el declive ético/espiritual/político/social del nuevo hombre
occidental y de sus castillos de cartón.
“Esto es un hombre, pagado de sí mismo hasta el
“Esto es un hombre, pagado de sí mismo hasta el
/ vómito;
pulcro y recatado, pero con tantas manchas
/ en su conciencia
que el diablo se resbalaría si se dedicara
a perseguirlo.
Se acabó. El hueco de los hombres es una cloaca.”
Los
versos de Yupton en esta sección denuncian y dela- tan una realidad plástica y
marchita que está destinada a llevar al arte y al hombre pos 2000 a la
perdición. En este caso el boxeador también se transforma en profeta aunque
sigue dando puñetazos metafóricos con su brazo poético. Su cometido es
evidente: advertir al lector que el hombre contemporáneo y su arte están a
punto de hundirse en la mediocridad y en las tinieblas. Además el poeta también
lucha contra el estatus quo de una sociedad consumista y superficial.
El
combate continúa en la segunda sección del libro donde aparecen batallas de las
guerras napoleónicas y también un poema narrativo que empieza con la evocadora
imagen de Alejandro Magno acariciando una esmeralda y leyendo la Ilíada. Estos
poemas nos dan a conocer el siguiente oponente del poeta; el tiempo, la guerra
y el hombre que lucha únicamente por poder y por legado. En esta sección el
poeta se coloca en las mentes y las almas de millones de seres aniquilados por
la guerra y la prepotencia de los hombres al poder. Lo que surge de estos
poemas en forma de diálogos, narraciones, cartas y monólogos es la vacuidad del
ego bélico y también la necesidad de resistencia para que la voz que perdure no
sea solo la voz de los que triunfan. En la carta del mariscal Lannes a
Napoleón, Yupton nos revela su sangre combativa y su perenne defensa del equipo
desvalido y del grupo con menos posibilidades de victoria, en este caso los
defensores de Zaragoza amenazados por el gran ejército Napoleónico a prin-
cipios del siglo XIX.
“No son solamente hombres contra lo que aquí
/ nos enfrentamos;
luchamos contra algo que no pertenece a este
mundo;
un espíritu indomable que grita desde cada
calle:
/ No pasarán.”
Además de su afán defensor Yupton
nos propone una lucha metafísica más importante; la lucha del hombre (y con
hombre me refiero a la mujer primordial) contra los elementos, contra el azar,
contra todas las bifurcaciones del cosmos que no contaban con su existencia. La
premisa de defender al desvalido es luchar contra el ogro, contra el Kraken. Es
la lucha del ser humano contra el vacío. Porque el vacío es un monstruo indo-
mable. Porque no hay reto más grande que mirarle a los ojos a la muerte. Porque
vale la pena luchar, según este libro, aunque el universo nos diga que somos un
error o al menos un inconveniente. Este
es un combate que solo los grandes artistas pueden conllevar. Mujeres y hombres
que nos muestran que aún queda fuego en nuestros seres, que aún creemos que vale
la pena sangrar y llorar, siempre y cuando podamos estampar nuestra visión del
mundo en la realidad. Yupton hace suya esta lucha y la convierte en poesía
combativa, incluso violenta.
La
tercera parte del libro lleva el título de la colección, “El Combate” y nos
presenta un narrador valeroso que se dispone a entrar en el ring y combatir
hasta el último asalto a pesar de intuir que se avecina una derrota segura.
Siempre recordaré la obsesión de Pablo por la película “Gattaca” y la temeraria
decisión de Vincent Freeman interpretado
por Ethan Hawke, de nadar más rápido que su oponente hacia la boya, aun
sabiendo que no tendría ninguna fuerza para volver a la orilla y que lo más
seguro es que muriera ahogado. Porque Pablo, que tiene alma de poeta, sabe que
está es la mejor manera de vivir y morir: luchando, probando lo imposible,
extendiendo las fronteras del cuerpo y de la mente, liándose a palos con las
estrellas y sus mandatos.
No sé qué
impele a un hombre a pelear,
a
seleccionar la forma en que va a eliminarse,
a calibrar
el designio divino al que pertenece;
pero es lo
que yo había elegido; caer y olvidar.
Y sigue con un guiño irónico al
existencialismo.
Una vida
llena de violencia y de primitivismo,
pero una
vida al fin y al cabo;
y una vida
no se hace de pequeñas compañías,
ni con unos
cuántos rasguños en las manos,
se consigue
llenándote de cicatrices
/ y a base de orgasmos.
Eso no lo
enseñan en vuestras escuelas;
seguramente
hay muchas otras maneras de existir,
a mí
solamente me convence esta, y a veces ni eso.
Esta sección del libro es vital
para la validación de la poesía de Pablo Yupton. Aquí se fusiona la apuesta
filosófica con la poética del autor. Aquí está dispuesto a quitarse los guantes
y ser todo poesía. Yupton escribe con las vísceras en estas líneas. Los versos son cortos. Golpes poéticos
veloces e incontestables. Como relám- pagos literarios que no dejan lugar a los
malos entendidos. La estética del poema lucha contra una tendencia moderna a la
poesía auto-referencial, abs-tracta y distante de la ética y del hombre como
ente colectivo. El combate es también una lucha contra la poesía en sí. Es un combate contra la tendencia del
lenguaje a perderse en el reflejo de más lenguaje. Yupton utiliza un
vocabulario tanto coloquial como literario. La idea es fundir el mundo del arte
con el mundo del patio y exclamar: no hay salvación posible en este desmadre
pero yo moriré dándole vuelta a mi interioridad. Este el combate principal del
libro; la batalla por tu propia alma cuando no cuentas con más ejércitos que tu
mente, tu carne y tu poesía. Esta es la gran victoria del libro; hacer de la
lucha un bello espectáculo que es más intrigante porque es temible y es real.
Como una lucha en el coliseo antiguo, el poeta pelea por la vida misma.
En mis años de escritura he
conocido a una barbaridad de personas educadas e inteligentes que me han
asegurado que la poesía contemporánea no sirve para absolutamente nada. Se han
quejado de que los versos que han leído son complejos juegos de palabras que
dejan al lector indiferente, frustrado y desconcertado. No los culpo. El arte
poético tiene la tendencia a pasar épocas muy largas alejadas del hombre. Yo
también he experimentado mucha poesía al margen de la vida y de sus
complejidades y miserias. Hay millones de poemas que se pierden en su propio
lenguaje y un número muy grande de poetas fantoches que no se pueden llamar
escritores o artistas. Pero el poeta con P mayúscula siempre tiene algo que
aportar a la vitalidad y a la psique del ser humano. El gran autor americano William Carlos
Williams dice:
“Es difícil saber de las noticias mediante la poesía pero cada día
mueren hombres, en la miseria, por falta de lo que podrían encontrar en ella.”
La verdadera poesía es
fundamental para descifrar, digerir y disfrutar la vida y esta es la clase de
poesía de la que participa El Combate.
Porque Yupton no está meramente cosiendo lazos con las palabras. Aquí, señoras
y señores, hay una apuesta poética vital y necesaria, en momentos arriesgada e
irreverente, pero real. Es una apuesta infundida de coherencia. La poesía de
este poemario nos reta a ser combatientes, a no andarnos con falsos pretextos,
a quitarnos las máscaras por un instante y vernos desde adentro: desde la
cloaca humana, desde la ruindad del ser que aún puede aspirar a la plenitud
pero solo si lucha con todas sus ganas.
En la cuarta sección, “El Combate” se invierte hacia adentro y experimentamos el penúltimo, y quizás más temible, adversario del poeta; la estirpe. El pasado genético. El peso mórfico del tiempo compartido por una misma sangre. ¿Quién no se ha pasado años intentando limpiar siglos y siglos de miseria familiar? El combate se vuelve lento. Los versos pesan. Hay palabras grandes y sufre la música y el verso. El púgil se hunde. Yupton intenta evitar los golpes de un pasado psicológico tremendo pero esta lucha es la más temible. Aquí la victoria de Yupton es hacer del sufrimiento y del ofuscamiento un ejercicio de contención. De la pasión y el revuelo de los poemas anteriores del combatiente llega un lenguaje más arduo y complejo que se asimila al estado emocional del autor. Novalis dice, “todo poeta debe crear un microcosmo, un mundo emocional y psicológico propio y no intercambiable”. Ésta es la marca de un buen poeta, alguien que nos muestra su mundo personal y único mediante su propio lenguaje. Lo que también nos muestra Pablo es un gran sufrimiento y un gran sacrificio. Dar tu vida al arte para informar, inspirar y modificar la imaginación del lector mediante la visión poética todavía es de las entregas más nobles.
En la cuarta sección, “El Combate” se invierte hacia adentro y experimentamos el penúltimo, y quizás más temible, adversario del poeta; la estirpe. El pasado genético. El peso mórfico del tiempo compartido por una misma sangre. ¿Quién no se ha pasado años intentando limpiar siglos y siglos de miseria familiar? El combate se vuelve lento. Los versos pesan. Hay palabras grandes y sufre la música y el verso. El púgil se hunde. Yupton intenta evitar los golpes de un pasado psicológico tremendo pero esta lucha es la más temible. Aquí la victoria de Yupton es hacer del sufrimiento y del ofuscamiento un ejercicio de contención. De la pasión y el revuelo de los poemas anteriores del combatiente llega un lenguaje más arduo y complejo que se asimila al estado emocional del autor. Novalis dice, “todo poeta debe crear un microcosmo, un mundo emocional y psicológico propio y no intercambiable”. Ésta es la marca de un buen poeta, alguien que nos muestra su mundo personal y único mediante su propio lenguaje. Lo que también nos muestra Pablo es un gran sufrimiento y un gran sacrificio. Dar tu vida al arte para informar, inspirar y modificar la imaginación del lector mediante la visión poética todavía es de las entregas más nobles.
En la última sección, “Shemiaza” llega
la batalla final. Una batalla en la que no podremos vencer por mucho empeño que
le pongamos al asunto. El plano mitológico es un mundo más allá de la poesía y
del pensamiento. Aun asi Yupton acepta el reto. En un diálogo del ángel caído
Shemiaza con Dios, Pablo Yupton nos
presenta una reflexión final: quizás no necesitemos ángeles ni hombres
perfectos. Shemiaza cayó por pecados de la carne. Nosotros somos seres del
barro; si caemos caeremos amando.
Quizás nuestra victoria sea el
resistir. Resistir a los astros. A las fuerzas ocultas. A la genética. Al
trauma. Al gran ogro del consumismo y el individualismo idiota. Al mito. Al
sueño. Al tiempo. Al autoengaño. Resistir y combatir para crear nuestra propia
psique. Nuestra propia historia. Nuestro propio combate. Esto es la poesía con
P mayúscula. Este el designio del poeta. Esta es la apuesta de este libro y de
la poesía de Pablo Yupton; resistencia, lucha, violencia, pero solo para
arrancarnos del vacío y vociferar a los vientos, “Aquí estamos, aquí hemos
estado, este es nuestro reino.”
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