Una valiente poética del No
NUEVOS MODOS DE SER EN COCINAS DIFERENTES, poemas de Luis Elvira-Sierra
escribe Enrique D. Zattara
Cosas de la profesión. Una
noche de invierno en Londres me tocó asistir, en la zona de las más
prestigiosas galerías de arte de Bond Street, a la inauguración de un – para mí
desconocido – artista español. Cuando entrabas, a tu izquierda una preciosa muchacha
te recibía el abrigo, mientras unos gráciles jovencitos enchalecados te
extendían - a tu derecha - una copa de champán burbujeante (y luego los
canapés, claro). El cuadro más “accesible” (por decir algo) estaba valuado en
200.000 libras esterlinas. El precio de un buen piso en la costa del
Mediterráneo español. O italiano.
Minutos antes de tomar la quinta copa, tras la que probablemente me hubiera sido imposible salir de allí hasta
que el portero tomase la iniciativa por mí, recordé que para esa misma noche
había recibido otra convocatoria: así que hice de tripas corazón y volví a
salir a la fría noche, que en esa época del año ocurre más o menos a las cinco
de la tarde, hora prestigiosa en la poesía española.
Reconozco que me costó
encontrar la otra cita. Caminé un buen rato, desorientado a pesar del gps de mi
I-phone, entre ensombrecidas calles de Islington hasta dar con un centro
comunitario apenas calefaccionado, en cuyas paredes colgaban las obras de una
decena de jóvenes artistas. No había señoritas dispuestas a recibir mi abrigo,
aunque igual no me lo hubiese quitado con el frío que hacía. No había champán,
pero sí unas cajas de zumo del supermercado con el que los expositores me
agasajaron. La obra más cara (de las pocas que sugerían un precio de compra)
estaba valuada en 40 libras. ¿Los extremos del arte actual?, me pregunté
insistentemente. ¿O quizás, más bien, los despropósitos del mercantilismo? No es
la ocasión de juzgar aquellas obras (ni las de la galería, no soy ni siquiera
experto en ello); pero sí recuerdo una serie de figuras pintadas sobre puertas
de madera, puertas que – en ese contexto – no abrían (o cerraban) camino a
ninguna parte, puertas despojadas de su función habitual y convertidas en
inusitados soportes de una expresión plástica. El autor era un español, joven
aunque no del todo (a mi edad ya no es fácil decir cuándo se cambia de
categoría generacional). Se llamaba – se llama - Luis Elvira.
Más tarde – no recuerdo por qué
circunstancias – me enteré de que Luis Elvira también es poeta. Y por fin, con
más tiempo entre medio, llegó a mis manos Nuevos
modos de ser en cocinas diferentes, título de por sí desconcertante, tal
vez tanto como aquellas figuras representadas sobre puertas exentas de su
función originaria. Si hay algo de lo que estoy convencido, es de que un
artista trabaja sobre sus soportes materiales en base a una concepción personal
– a veces ni siquiera consciente – de la intrincada relación que existe entre
la realidad – suponiendo que haya algo a lo cual dar nombre tan categórico,
pero ese asunto mejor lo dejo para otra ocasión – y la representación – o sea:
la obra de arte -. Me pregunté entonces, si el soporte material de la poesía de
Luis Elvira – el lenguaje, las palabras – no cumplía en cierta forma el papel
de aquellas puertas. “Las palabras / no
son necesarias / cuando todo / lo que toco / se transforma / en un arma / lo
que quiero / es lo que necesito / dirigible /
digerible / un blanco / para mis flechas”, dice en uno de sus poemas: “El
arte / imita a la naturaleza / y la sangre / llama a la puerta”. ¿Y
entonces por qué las palabras? ¿O acaso hay en el poeta un recóndito deseo de
hacerlas flecha o blanco? “La poesía es un arma cargada de futuro”, decía
Gabriel Celaya.
Pero podría pensarse que estoy
sugiriendo una intención “social” a la manera de la poesía testimonial de los
sesenta en el autor. Nada de eso. O a lo mejor, veamos, no tan nada. Quiero
decir, si la “denuncia social” significa poner en escena la unidimensionalidad
de la vida y de la personalidad que dictamina la sociedad actual, capitalista y
consumista, mediocre y radicalmente estúpida, sin duda lo encontraremos en los
poemas de Nuevos modos… Ahora, si con
ello identificamos un tipo de poesía que pretende grabar slogans y mensajes,
puños en alto de conciencias viriles y encendidos llamamientos al combate, no
es este el caso. Porque aquí no hay consignas para las pancartas, ni
concesiones a la buena conciencia de la cultura burguesa: hay, eso sí,
resistencia. Resistirse, sobre todo, al imperialismo del sentido común, de las
sentencias que no admiten contrarios, romper el encadenamiento de los
significados que se digieren rápidamente, con la docilidad de la receta de la
abuela transmutada en la hamburguesa de McDonald, las dos caras de lo mismo. Resistirse
a un mundo deshumanizado, pero también al humanismo hipócrita de los discursos
estereotipados.
Y para ello todo le sirve al poeta. Aquiles arrastrando a Héctor para vengar a Patroclo o Hegel masturbándose
mientras elabora inaprensibles axiomas, la huella del horror nazi en
Checoslovaquia o la mirada irónica (aunque en el fondo, piadosa) de un
mitológico romance entre Martin Heidegger y Hanna Arendt, o esas ingenuas
madres que confían sus hijas al Séptimo de Caballería; todo le viene bien a
Elvira para hablar de un mundo donde la hipocresía – últimamente llamada
“corrección política” - es el sistema de vida (“este dragón / usa las herramientas
adecuadas / siguiendo las reglas adecuadas / la salida / por la puerta número
5”), y el objetivo es saber adaptarse a
cada carnaval (“cincelar / en el tiempo / esta máscara / hasta que todos / la saluden
/ al pasar / cada día / - hola buenos
días-“).
¿A dónde conduce entonces este
lenguaje al que intentamos sacar de la rutina, de la rutina de su gramática y
su semántica hipócrita, despojar de su función de mero soporte comunicativo de
los discursos del sistema que intenta imponernos esta realidad? ¿Será, quizás, como aquellas puertas a las que
Elvira, en aquella fría noche de invierno londinense, pretendía metamorfosear
en vehículo de algo que intenta abrirse paso en el bosque de los significados? “Reemplazar la palabra / por nada / o por todo”. ¿Intenta Nuevos modos de ser… abrir otras puertas?
“Aquí echamos el ancla / en tierra feraz / aquí llegamos / a un puerto
invisible / donde saciar la sed / con fuego / y sonreír / con dientes de
cocodrilo”. Escapar, quizás: pero no evadirse. Concebir el arte, la poesía, como una forma de crear, de vislumbrar mundos
diferentes donde como en el Aleph borgiano,
fuéramos capaces de comprenderlo todo en un microcosmos simultáneo; pero
no usarlo para mirar para otro lado,
para hacer la vista gorda y regodearnos en confortable utopías sentimentales y conformistas.
Porque para el poeta, y en esto sí su palabra
suena categórica:”más allá de este
lugar / solo hay este lugar”.
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