Todo queda entre paréntesis
Profesor Monday Zofana, de Mario
Flecha. Ediciones Jafre Project, Londres, 2019
Reconocido crítico de arte, fundador de varias revistas y – más
recientemente – de la Bienal de Arte de Jafra (España) y del misterioso Museo
de las Palabras, el argentino (que se reivindica a sí mismo paraguayo) Mario Flecha, acaba de lanzar un nuevo
volumen de otra de las facetas de su actividad creativa: el relato corto.
Flecha ya había publicado anteriormente Los
vendedores de humo y – en conjunto con Vicky Rosenberg y el psicoanalista
Gregorio Kohon, Truco gallo.
En esta oportunidad el escritor nos entrega Profesor Monday Zofana, título tomado de uno de los cuentos
incluidos, en que un misterioso profesor africano, chamán y chanta al mismo
tiempo, es testigo del karma de un protagonista abrumado por la conciencia de
un destino lúgubre, al que parece estar abonado por el abandono de su mujer, y
que no vacila en emprender las más esperpénticas soluciones para librarse vanamente
de su impotencia.
En “Diato”, un hombre y su perro encuentran en un parque, como el fotógrafo
de Blow Up, a un hombre que ha de morir, un cruel ex soldado inglés que se ha
cebado con los afganos en la guerra ordenada por el imperio americano. Nunca
sabremos si el protagonista resuelve, finalmente, matar o salvar a John Brown,
pero en todo caso, el destino interviene sin que su elección importe un pito.
“¡Ojo con las fotos!” retoma con final insólito la antigua creencia de que
las fotografías se roban el alma de los individuos, pero en este caso al
ególatra escritor José Diodemes le espera un destino aún más inquietante. Una
profecía trágica se cumple en “Pezones envenenados”, aunque como todas las
profecías cada uno puede interpretarla a su manera. O inventarla. Remitiendo a
la mirada del pintor sobre la figura femenina famosamente analizada por John
Berger, “Los dedos de Anastasia” desarrolla la relación del protagonista con
una hermana gemela y con su amada (la de él) manteniendo una intriga que gira
alrededor de una presunta deformidad de ésta última, y de paso deja una irónica
reflexión acerca de lo obsesivamente perturbador que puede resultar un detalle
físico inesperado en la persona que se ama.
“Cintas magnéticas”, por su parte, cuenta las desventuras de un
involuntario militante de la resistencia peronista envuelto en la difusión
clandestina de unas cintas grabadas por el propio Perón para adoctrinamiento de
sus huestes (las cintas, vale la pena aclararlo, realmente existieron a principios
de los 70), quien encuentra el alivio a sus preocupaciones en un hilarante
final. En “Muñeca brava”, en cambio,
asistimos a una especie de thriller del género de crimen en clave de dislate,
excusa apropiada para tomar en solfa las típicas historias de los bajos fondos
inmortalizadas en el tango.
En “Embrollo”, quizás el relato más logrado, detrás de la desopilante trama
de varios estafadores estafados que giran alrededor de una pintura valiosa, se
esconde no sólo un sarcasmo acerca de la circulación de la obra de arte en el
mercado, sino una reflexión sutil sobre la autenticidad en sí misma y, en todo
caso, sobre la falaz frontera entre la copia y el original, tema de tanta
filosofía francesa contemporánea. Una cuestión sin duda emparentada con la que
se plantea en “Punto y coma”, una delirante pero sugerente visión del plagio y
(por cierto) un sarcástico retrato del mundo literario y editorial en los
márgenes del mercado.
Y para completar el libro, se incluye la publicación complementaria de un homónimo poeta brasilero residente en Canadá que escribe haikus. De quien - aunque Flecha me asegura que es real y es su amigo - nunca estaremos seguros de su existencia.
Con su habitual desparpajo, Flecha nos echa encima
el desafío de ser capaces – entre tanto despropósito voluntario – de hacer un
juicio sobre su libro. Pero juicios aparte (o al menos entre paréntesis), no
hay duda de que se trata de un narrador experimentado, capaz de generar
imágenes singulares como la de aquel pub en que “una jovencita
pecosa atendía a los clientes, sirviendo con una mano y cobrando con la otra,
corriendo en los dos metros cuadrados de espacio que tenía a su alrededor. Luis la miró y pensó en los peces de colores
que van de un lado al otro de la pecera, sin golpearse, girando en el momento
preciso para esquivar la pared de vidrio”. Y de usar sus tramas como excusas
que permiten traslucir un mundo de antihéroes - o de fracasados sin remordimiento-,
artistas frustrados, revolucionarios desencantados (“Agustín y Sofía se fueron
de Londres a Barcelona dejando la revolución abandonada”). Sin olvidar, como al pasar, una crítica
aparentemente inocente pero despiadada a la sociedad británica (“La
Monarquía inglesa tenía las espaldas muy anchas, capaz de sostener la
explotación del pueblo que seguía soñando con el pasado imperial”). Unas
narraciones construidas a fuerza de frases cortas, siempre agudas, sin adornos
innecesarios. Y donde detrás de lo inmediatamente visible, de la ficción en sí,
siempre hay algo más para leer.
¿O no?
A ver si no va a ser que en definitiva Profesor Monday Zofana se ríe de nosotros, presuntuosos lectores siempre en busca del sentido último y el develamiento hiperracional. Porque después de todo, la ficción no es muy diferente de la caracterización que se hace del comercio en uno de los cuentos: “el comercio tiene sus leyes y son muy simples: engañar dos veces, mentir para comprar barato y mentir para vender caro”.
A ver si no va a ser que en definitiva Profesor Monday Zofana se ríe de nosotros, presuntuosos lectores siempre en busca del sentido último y el develamiento hiperracional. Porque después de todo, la ficción no es muy diferente de la caracterización que se hace del comercio en uno de los cuentos: “el comercio tiene sus leyes y son muy simples: engañar dos veces, mentir para comprar barato y mentir para vender caro”.
E. D. Z.
Yo soy el tocayo y, sin duda, existo. El texto de Mario es hipnotico.
ReplyDeleteEs bueno saberlo, porque con Mario nunca se sabe...
DeleteBienvenido a El Ojo de la Cultura!!