Un artista del dibujo y la animación
Oscar Grillo salió de su país, la Argentina, en 1969, cuando ya su carrera como ilustrador y dibujante de animación era tan importante como haber participado en animaciones de Popeye para estudios norteamericanos. Como tantos artistas, fue a Barcelona y luego a Milán, buscando ampliar su horizonte. Más adelante, un amigo le ofreció venir a Londres a ayudarlo un par de semanas.
- Era un sitio de paso, pero me enamoré de la ciudad y aquí estoy todavía, después de 47 años - recuerda conversando con El Ojo de la Cultura.
En ese tiempo, desde luego, no existía ni remotamente la enorme comunidad latinoamericana de hoy en día, pero eso para él no significó ningún problema.
- Yo vine a Londres a dibujar, no a hacer sociales – se ríe – Eran unas horribles animaciones sobre un grupo que entonces era sensación, los Jackson Fives, donde se inicia precisamente Michael Jackson. Que era el más interesante, porque era el que más fácil era para caricaturizar – aclara.
Pero inmediatamente le surgieron nuevas propuestas y se integró rápidamente, trabajando para unos grandes estudios de animación. Grillo siente gran agradecimiento por la ciudad en la que sigue viviendo: reconoce que tuvo las oportunidades que, probablemente, no hubiese tenido en otros sitios. Y tuvo mucho trabajo. Pero en 1980 la presión lo pudo y – estando circunstancialmente en París – tuvo un ataque al corazón.
- Entonces decidí que si me iba a dar un infarto por hacerle ganar dinero a otros, mejor me lo daba por hacer dinero para mí – dice – Y cuando me repuse después de tres meses, me reuní con un gran animador inglés que se llama Ted Rockley, y fundamos nuestra propia compañía.
La empresa se llamó Klactoveesedstene Animations, y fue todo un emblema de la animación británica. Grillo admite haber participado de un modo u otro en al menos siete u ocho mil películas de animación. Muchas de ellas, claro, publicitarias, “que es lo que paga la olla”. Pero no todo era comercio: uno de sus principales clientes fue nada menos que Paul Mc Cartney y su esposa Linda, para quienes realizó el cortometraje Seaside Woman, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1980.
- Eso me abrió un montón de puertas – reconoce – Fue un periodo muy gratificante. Hay que pensar que el dibujo animado se hace siempre en equipo. Un simple comercial de 30 segundos necesita al menos doce personas. Yo me desempeñé principalmente como diseñador de las películas, porque tenía unos estilos muy reconocidos y eso era por lo que los clientes me buscaban. Y por supuesto he hecho mucha animación personal. Con el estilo antiguo, de dibujar en papel. Luego vinieron las computadoras, y eso te obliga a un planteamiento diferente, porque hacer animación por computadora es como operar sobre un “muñeco electrónico”. No es lo que más me interesa, pero también sirve, yo trabajé haciendo diseño y asesoramiento para animación computarizada con varias compañías, Pixar entre ellas.
Pero además de su gran éxito como animador, Oscar Grillo es mundialmente reconocido como ilustrador. Ya en Buenos Aires, antes de salir de su país, había trabajado para colecciones de Eudeba y otras, ilustrando sobre todo libros infantiles, de los que recuerda principalmente una edición de Pinocho y una adaptada del Quijote. En Italia ilustró Esperando a Godoto Los cantos de Maldoror, entre otros; y en Italia Los viajes de Gulliver. Su último trabajo acaba de presentarse en la Feria del Libro de Buenos Aires, una edición ilustrada de El poeta asesinado, una novela humorística del presurrealista francés Guillaume Apollinaire, con presentación en dúo del crítico y novelista Juan Sasturain y del propio Joan Manuel Serrat.
El artista rechaza los criterios que dividen y parcelan el territorio del dibujo dándole categoría superior al cuadro y relegando a la ilustración o el comic. “Si alguien dibuja al pato Donald muy bien, es un artista – opina – Una película de Walt Disney es un obra maestra del cine. Y te da tanto placer ver eso como ver los cuadros que pintaba Quinquela Martín en la Boca. Yo no creo en las divisiones. Ahora, los mercados sí hacen esa discriminación, pero al final no son más que cuestiones comerciales”. Y agrega, en tono francamente provocador: “en Argentina, me parecen muchísimo más importantes sus artistas gráficos que sus pintores”. Tiene menciones como para justificar su opinión, desde luego: desde los caricaturistas de Caras y Caretas, a fines del siglo, pasando por Dante Quinterno, Divito, Calé, Garaycochea, Blotta, Quino, Landrú, Caloi, Fontanarrosa y una lista interminable, lo testifican. “Ellos dibujaban la calle alrededor de ellos, arquetipos de la ciudad, y fueron o son grandes genios. Y en la Argentina sigue habiendo auténticos genios del dibujo, hay una nueva generación extraordinaria, aunque lamentablemente ahora las publicaciones son casi inexistentes”. De hecho, en Buenos Aires se hizo el primer largo animado de la historia del cine, El apóstol, una sátira política sobre Yrigoyen, un presidente argentino, que dibujó en 1917 un italiano, Chirino Cristiani.
Grillo sigue colaborando con publicaciones argentinas (e incluso ha pintado los murales de la estación Humberto Primo de la Línea A del Metro porteño, la línea histórica de Buenos Aires), pero dice tener poco contacto con dibujantes latinoamericanos que residan en Londres. “Conozco grandes animadores y dibujantes británicos – admite -, pero argentinos que vivan aquí sólo conozco dos artistas jóvenes muy talentosos”.
Se considera una suerte de anarquista inclasificable, y asegura que seguirá siendo un rebelde hasta el último día de su vida. Pero advierte también que “cuando pensamos en la revolución y el cambio, no debemos olvidar que el amor es también una fuerza revolucionaria: no pensemos solamente en odiar y en destruir, vamos a pensar también un poco en querernos”.
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