La luz hipnótica de las obras de Julio Le Parc

Recuerdo que en el año 1978 me costó explicar brevemente a mis alumnos de Cultura Nacional, en la Escuela Superior de Periodismo de Buenos Aires, en qué consistía la innovación estética de un artista plástico consagrado en Europa aunque bastante discutido en ciertos círculos críticos locales: Julio Le Parc. Le Parc, que nació en Mendoza en 1928, no era ya ningún desconocido –había ganado en los sesenta premios internacionales como el del Instituto Di Tella de Buenos Aires y la Bienal de Venecia- pero las corrientes más convencionales de la plástica argentina (que suelen ser las que dominan las academias) no simpatizaban con aventuras para ellos todavía vanguardistas como las del arte cinético. A diferencia de Calder o Kosice, Le Parc nunca entró estrictamente en esa categoría, porque su mayor aporte lo consiguió a través de sus juegos con la luz: cinéticos sí, y por qué no conceptuales, pero buscando involucrar al espectador dentro de la obra a través del uso de iluminaciones artificiales, efectos especulares, reflejos, impresiones ópticas. Y sin esquivarle el bulto a las significaciones ideológicas, incluso abiertamente políticas, como algunas de las obras que se exponen a partir del 25 de noviembre en la Serpentine Gallery de Hyde Park, una de las más importantes de Londres.
Treinta y cinco años después de aquella clase, tuve la dicha de conocer personalmente al artista. Y fue precisamente durante la press view de esta muestra completísima, que a lo largo de más de 30 0bras expone varias de las modalidades que Le Parc ha elegido para expresarse en su vida, incluida una que muy pocas veces se ha visto en público: el dibujo y la caricatura. El plástico sudamericano, que emigró a Francia antes de 1960 (y habla en francés, aunque en mi caso se expresó en un argentino tan cargado de acento porteño como si nunca hubiera salido de allí), no es muy pródigo en muestras. Por ello, esta es un verdadero privilegio, en la que puede interactuarse con la obra jugando a disparar bolas, acertar en la diana o apartar a empujones (o golpes, si se prefiere) en un laberinto de “puching bags” con efigies, al “enemigo preferido” (puede ser el Tío Sam, desde luego, un Juez o un Militar: pero también un Artista o un Intelectual, que no hay perfil humano exento de canallas); puede uno construir su propia imagen en espejos distorsionados; se puede recorrer una salita atiborrada de dibujos y caricaturas a veces de inusitados rasgos realistas; y por supuesto, puede uno dejarse hipnotizar por los envolventes y cambiantes flujos de luz producidos a través de singulares artilugios mecánicos o simplemente de juegos de cristales, acrílicos y espejos. Una muestra concebida a la manera de una auténtica instalación, en donde la obra de arte, en constante movimiento y a merced del espectador, nos hace siempre activos partícipes.

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