Open Stuio de artistas latinoamericanos

Una interesante iniciativa va tomando cuerpo en el panorama artístico londinense, y hemos asistido en los últimos meses a varias muestras de este tipo. Se trata de los “Estudios Abiertos”, unos días en los que los atelieres, sitios en donde los artistas trabajan y desarrollan su labor creativa, permanecen abiertos al público, de modo que pueda así admirarse su obra, pero además, comprender y conocer los propios procesos creativos. La última de ellas reunió a más de 200 artistas plásticos que comparten el espacio Second Floor Studios, en el barrio de Woolwich. Entre ellos, tres latinoamericanos: los argentinos Irma Pellegrini y Fabián Arnaldi, y el colombiano Álvaro Suárez.
 Arnaldi continúa con la producción de su serie Eco, que desarrolla viñetas de diversas dimensiones respecto a temas ciudadanos, sobre soporte de materiales reciclados como papel de periódico. Una de sus obras de gran tamaño ocupa –además de en su estudio – un espacio destacado en la entrada de uno de los edificios abiertos en estos días, el Telegraphe Building. Pellegrini, por su parte, expone en su estudio su “pequeña gente de madera”, ya no sólo descendiendo al albur de sus hojas secas de otoño, sino incluso intentando escapar de los propios márgenes del cuadro. Por fin, Suárez ha ocupado las paredes de su estudio con muestras de su “Colores de Fuego”, realizados en diversos estilos en los últimos quince años.
Estuvimos en el Open Studio, y hablamos con Álvaro Suárez (ya estas páginas conocen el testimonio y la obra de los otros dos artistas). Este colombiano llegó a fines de la década de los 90, refugiado tras la persecución política a que se veía sometido en su país por su militancia social y la defensa de los derechos humanos. Viene de la zona cafetera, ahora muy deprimida económicamente, y afirma que la pintura le gustaba ya desde niño de manera autodidacta, hasta que el curador de una muestra religiosa a la que le impidieron presentar una obra suya por considerar que era “de protesta”, le regaló una beca para estudiar la técnica del carboncillo, que fue su primer aprendizaje académico en la pintura.
Su incipiente carrera artística se truncó evidentemente con su salida de Colombia, y la vida en Londres –como a casi todos los inmigrantes – le planteó los desafíos más elementales de la sobrevivencia y el trabajo. Y sobre todo, la enorme barrera del idioma. “Cuando uno no puede servirse de una lengua, la pintura es el lenguaje universal que te permite expresarte. Para mí la pintura fue lo que me permitió sobrevivir en este ambiente tan difícil y duro”, admite.  Respecto a su manera de concebir la pintura, asegura que desde chico siempre le ha gustado observar el comportamiento de las texturas y del color. “A la gente se le manchaba el pantalón y lo veía como un desastre – cuenta – pero yo lo veía de otra manera, como un elemento interesante para observar qué pasaba entre el pantalón y el color y la expansión de la mancha, por ejemplo”. Siempre le interesó más la textura y el color que las formas en sí mismas. Por eso, recuerda, cuando llegó a este país y se le planteó la posibilidad de hacer arte figurativo, “sentía que si ya existe la fotografía para qué voy yo a pintar imitando lo mismo; pintar un desnudo o un paisaje no me decía nada; yo necesitaba expresar la realidad de otra manera, que la pasión, las sensaciones, aparecieran a través del juego de los colores y las texturas”. Para ello ha experimentado diversos soportes, desde el lienzo hasta el papel fotográfico, y trabajado con muchas técnicas, aunque dice preferir el acrílico, con el que logra producir sensaciones de profundidad y movimiento que habitualmente se consiguen con el óleo. Muestras de ese proceso son las obras que ha colgado en este Open Studio. “Aunque siempre cuando pintas llegas a un punto en que consideras que la idea está representada, al mismo tiempo eres consciente de que siempre puedes seguir adelante, desarrollándola más. En pintura nunca puedes decir que la obra está completa, en realidad siempre es una obra inconclusa”, advierte.
Suarez admite que su relación con el “mercado artístico” es periférica y marginal, como desgraciadamente la de la gran mayoría de los artistas que “no estamos preparados para jugar los requisitos del mercado capitalista del arte”, y que la única forma de “abrirse puertas” es “a patadas”. “Yo lo que no quiero es que la obra se quede en mi taller, lo que quiero es que circule, si usted no tiene suficiente dinero, pues a lo mejor me da para comprar materiales y con eso yo puedo seguir creando, con eso estoy conforme”, dice.

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