Una teoría (seguramente disparatada) sobre "El renacido"

Escribe Enrique D. Zattara

Ahora que “El renacido” marcha avasalladoramente hacia el Oscar de la industria del cine, y su director el mexicano Alejandro Iñárritu hacia su segunda estatuilla consecutiva, me gustaría agregar a la nutrida y apologética serie de artículos y reseñas aparecidas en los últimos tiempos, unas breves pero espero que diferentes observaciones.
He visto “El renacido”, y supongo que nadie podrá negar sus sobresalientes valores. Como viene haciendo Iñárritu al menos desde “21 gramos”, el director es capaz de llevar a la perfección (aunque, admitamos, quizás no crearlas) las propuestas cinematográficas (y literarias, agrego) más diversas, desde la acción desencadenada de un Peckimpah hasta la estética visual detenida y casi surreal de un Tarkovsky. Y lo que es más asombroso aún, poder unificar estéticas que pueden parecer destinadas a rechazarse entre sí. Si el riesgo es uno de los valores artísticos más admirados (al menos por parte de los propios creadores), hay en esta película desafíos de producción y realización memorables (todavía me pregunto cómo hizo para filmar, por ejemplo, la escena del oso). Y como cuando uno ya ha visto mucho cine sabe que un actor puede ser un fenómeno con un director y un zoquete con otro, hay que admitir que lo que logra Iñárritu de sus actores también es para sacarse el sombrero.
Nada que objetar a todo lo dicho, supongo. Sin embargo, salí de la proyección con la sensación de que aparte de todo eso, no había más que decir. Porque el guión, la historia en sí misma, ¿qué otra cosa es sino una vuelta más sobre el mito heroico del hombre capaz de sobreponerse a todo en base a su valor, a su voluntad, a su tenacidad? O sea: sobre el sueño americano. ¿Qué diferencia a este formidable Glass que es capaz de vencer obstáculos que no están casi al alcance humano –un poco incluso hasta lo inverosímil ¿o no?- para “hacer justicia” sobre el asesino de su hijo, de uno de esos personajes propios de Schwarzenneger, especie de superhéroes que deambulan por la guerra de Vietnam vengando a sus camaradas? En suma: mientras la estética cinematográfica es superior, el guión es absolutamente trivial, y hasta diría que banalmente previsible. Todo un bagaje adecuado, sin duda, para triunfar en la taquilla y la crítica al mismo tiempo. ¿Y qué otra cosa premia el glorificado premio de la “industria del cine” hollywoodense?
Seguramente quienes lean estas observaciones pensarán que me he vuelto loco. A lo mejor es cierto, o ya lo estoy desde siempre. Pero a lo mejor, quién dice, el propio director haya querido demostrar, en esta “obra maestra”, que Hollywood es lo que es, pero que el cine no es siempre lo que parece. No sé si alguno advirtió, en medio de esta cuidadosísima y rigurosa filmación de “El renacido”, que hay una escena (concretamente, en la pelea final entre Glass y Fitzgerald) en donde la sangre (o lo que se use para simularla) salta y deja varias manchas sobre el lente de la cámara. Las manchas de sangre delatan con claridad durante unos segundos la presencia de la cámara en una de las escenas presuntamente más realistas del film. ¿Es que alguien quiere hacerme creer que al propio director, en una estética tan cuidada, se le pasó por alto este detalle? ¿O será que, en un guiño que seguramente pocos serán capaces de advertir, el propio Iñárritu nos está diciendo que no nos creamos nada de lo que está contando, que al final todo no es más que una farsa montada para asombrar y dejar contento a todo el mundo, que es lo que es el cine de Hollywood al fin de cuentas? Aunque siempre habrá algunos (probablemente pocos) que descubramos la sangre sobre la lente. Si no me creen, vuelvan a ver la película y presten la atención necesaria.

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